Recordemos que el hombre ha caído en el sueño de la materia, y en el tiempo, y en sí mismo.
Pero tomemos nota de cómo se dice esto en la gran alegoría de la creación. La serpiente tienta al hombre, la serpiente que se arrastra sobre el polvo. Ahí donde nuestros pies tocan la tierra, ahí comienza el dominio de los sentidos. Aquí es una criatura de los sentidos, su mente es sensual. Aquí se encuentra su sabiduría de los sentidos. Matar al enemigo es la sabiduría de los sentidos, pues entonces el enemigo desaparece. Los sentidos ya no registran su existencia. Toda la inteligencia del materialismo entra en esto, en hacer que el hombre crea que sabe. Y aun cuando cada objeto sensible es un misterio, y los sentidos mismos son misterios, el hombre siente que puede asir el mundo sensible, no tan sólo para disfrutar de él a su antojo, sino para moldearlo a su gusto. Es en este sentido que come del fruto del árbol del bien y del mal. Es él quien determina el mal y el bien, y es él quien decide lo que va a hacer.
Este paso necesariamente le conduce, no a recobrarse sino a la idea de que puede gobernar. Se considera mucho más sabio que todo el universo. Le parece que puede conquistar todas las cosas aun cuando su debilidad interior, su ignorancia y su falta de control sigan sin cambio alguno. Todo el problema humano continúa siendo el mismo pero permanece oculto tras un bordado de palabras: ¡un estado nuevo una buena humanidad, un paraíso de descubrimientos materiales!.
Pero tomemos nota de cómo se dice esto en la gran alegoría de la creación. La serpiente tienta al hombre, la serpiente que se arrastra sobre el polvo. Ahí donde nuestros pies tocan la tierra, ahí comienza el dominio de los sentidos. Aquí es una criatura de los sentidos, su mente es sensual. Aquí se encuentra su sabiduría de los sentidos. Matar al enemigo es la sabiduría de los sentidos, pues entonces el enemigo desaparece. Los sentidos ya no registran su existencia. Toda la inteligencia del materialismo entra en esto, en hacer que el hombre crea que sabe. Y aun cuando cada objeto sensible es un misterio, y los sentidos mismos son misterios, el hombre siente que puede asir el mundo sensible, no tan sólo para disfrutar de él a su antojo, sino para moldearlo a su gusto. Es en este sentido que come del fruto del árbol del bien y del mal. Es él quien determina el mal y el bien, y es él quien decide lo que va a hacer.
Este paso necesariamente le conduce, no a recobrarse sino a la idea de que puede gobernar. Se considera mucho más sabio que todo el universo. Le parece que puede conquistar todas las cosas aun cuando su debilidad interior, su ignorancia y su falta de control sigan sin cambio alguno. Todo el problema humano continúa siendo el mismo pero permanece oculto tras un bordado de palabras: ¡un estado nuevo una buena humanidad, un paraíso de descubrimientos materiales!.
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